lunes, 6 de marzo de 2023

LA FRACTURA (cuento)

- I - “Gracias, Señor Por la luz blanca y ciega Una ciudad surge del mar Yo tenía un lacerante dolor de cabeza del cual está hecho el futuro” Jim Morrison 

(Los acontecimientos a seguir ocurrieron en Buenos Aires, en Junio de 1995) 

En la bóveda oval, que por fuera simulaba un armário estilo años veinte, de madera noble y ornamentos con incrustaciones de camafeos y piedras trabajados manualmente, iba despertándose por fin Grûn-henge, quien tenía en el mundo de los vivos el nombre de Javier. El departamento era casi siempre pulcro, perfumado y algo lujoso, pero los rastros del desorden en todo sentido podían descubrirse, si se prestaba especial atención: Botellas de licores importados que habían rodado por el piso, un prendedor de cabello de mujer grabado en nácar, caído en la alfombra, debajo de la cama. Algún zapato caro de otra ninfa que se había vestido demasiado rápido, una botella de white horse vacía a un costado de la mesa de luz, vasos de cristal sin lavar. 

La inexistencia de la casi muda empleada paraguaya que no había venido porque no había sido llamada desde hacía quince días; y la cocina hedía. El cuarto en suite, revelaba un baño (con algunas manchas sospechosas debajo del lavamanos) con un pesado espejo que a él no le servía, y a un lado la foto de James Dean en “Un rebelde sin Causa” que una de sus chicas semi-mordisqueadas del pasado reciente le había regalado. Lo cierto era que Javier se parecía físicamente con él, apenas físicamente. Y estaba muerto antes que el verdadero. Desde la mítica fotografía sonreía Jimmy apoyando los dedos en su pantalón, esa sonrisa que irradiaba luz, e invadía completamente ese rostro temerário. Jimmy era la vida plena estampada en una foto que aún desde la muerte irradia calor, pero Javier era la muerte en vida, que irradia hielo. 

Los opuestos se atraen; siempre. No le faltaban momentos de piedad, se estaba refinando como un whisky escocés. A algunas chicas simpáticas, bondadosas o esforzadas en lo que hacían, las mordisqueaba apenas lo justo sin inocularle irreversiblemente esa enfermedad proveniente de los umbrales de la muerte. Hasta ahí, un departamento más en Buenos Aires, cerca de la avenida Scalabrini Ortiz, donde había aún rastros de las antiguos rieles de tranvía y adoquines que temblaban bajo las ruedas del sesenta. Una posesión de algo así como un play-boy de la década del noventa y sus amigos fláccidos, “pseudo-junkies light” , algunos fashion hijitos de papá, y también desorientados de toda clase. Sólo de ver ese cuarto cualquiera podía imaginarse esos macilentos rostros y miradas turbias, representantes perfectos del fin, del ocaso ahogado del siglo aguantado por esa neoliberal sociedad argentina del fin del siglo XX. 

Un poco mentalmente era eso, sí, los jóvenes estaban cansados de sí mismos, digamos que un tanto desgastados en incontables casos, y vivían como que en ese disimulo repetido; escondidos en una especie de status económico digamos seguro, obtenido de sus “triunfos” en la selecta y adormecida Argentina del dólar uno a uno: el neoliberalismo peronista-menemista, partido donde había muchos vampiros entre sus afiliados, dicho sea de paso. Y sobre esos pidbes 'bien', una búsqueda por el placer y el utilizar el tuétano de la vida del prójimo los unía. Aunque Javier escuchaba diferentes opiniones de esos amigos sobre el tema, él tenía la propia, y prefería callar. Mejor dicho, la opinión era extraída de Lord Byron, quien definió el asunto mejor que nadie con esa lucidez que se sumergía en lo trágico: “No hay moralista más rígido que el placer”. 

Y no había ni Grunges o Rappers modernos ni escritores de novelas adolescentes que hubiese redefinido mejor esas cosas. Especialmente le hacían reír un poco muchos de esos nuevos “grunges seattílicos” que según él saltaban por el aire como si fueran alocados experimentos de la isla del Dr Moureau. Sí, lo hacían reír a carcajadas, que según él aunque tal vez llenos de buenas intenciones digamos en un principio rebeldes, al fin abrazaban una rebeldía retórica y bastante consumista, que escondía una rendida complicidad al sistema con los valores revolucionarios prácticamente inoperables del joven del ‘90. Javier prefería estudiar el material real de su odio poético, de su rabia fría y bestial, al menos eso tenía más sentido ahora.

O estaba juntando algo así como la comprensión del odio, inspirado en las nuevas historias de vampiros, venidas tal vez del famoso “Conde” compuesto por las historias enigmáticas del cine y la literatura. Pero claro, él tenía ya unos trescientos sesenta y tres años. Sabía que el verdadero personaje histórico no había vivido mucho, que era apenas una novela mítica la que estaba viva, pero su heroica muerte llena de poesía inspiraba a numerosos vampiros bien reales.

En la literatura su muerte había sido digna, había sido dedicada a otro ser, murió amando a otro ser hasta el fin y dejado de lado ese odio atroz por la humanidad que le restaba como una vieja herida, aunque fuese un sueño apenas. Algo también difícil, pero no imposible, era captar amor por las cosas de la vida sin detenerse en uno u otro ser en especial, y al mismo tiempo apreciar las diferencias de niveles de conciencia que cada ser posee.

Todo eso comenzaba ya a inquietarlo, en el sentido que él no ejercía esas cualidades. Javier-Grûn-hengue estaba últimamente cuestionándose su modo de existencia. Todavía no encontraba las palabras correctas todo el tiempo, pero estaba acercándose con el paso y el poder mental de un ser antiguo; de su vida primordial de la cual apenas recordaba que había nacido como una persona en algún país bañado por el Mediterráneo. No se acordaba si era España, Grecia, o quién sabe Córcega. Ya lo recordaría, aunque poca importancia tenía hoy.

Un cambio se producía en su interior tan ausente de vida, cuando expuesto a la luz de las cosas. Problemita que lo dejaba medio obsesivo, para tener mucho cuidado, después de tan bien informadas que estaban las personas sobre los “vampiros” luego de un auge de relatos de horror que a veces revelaba secretos verdaderos, pero como género en decadencia en un mundo en decadencia demasiado preocupado en asuntos inmediatos y mundanos, no había en realidad de qué preocuparse ya que nadie en su juicio sano creería en tales “patrañas”. –Estoy envejeciendo- se decía a sí mismo, mientras sonreía entre unos labios mortecinos, que siempre acompañaban un rostro que tenía que maquillarse para no parecer demasiado enfermizo. 

La verdad era que rebosaba salud, esa obscura salud, aunque esa no era ni por asomo la palabra correcta. Otra cosa lo preocupaba. Su inmortalidad, pseudo-inmortalidad como él la llamaba, le daba tiempo de aprender muchas cosas. ¿Por qué había elegido un país tan alejado del hoy estúpidamente llamado “primer mundo”? y tan pueblerino a veces, lleno de esos prejuicios ridículos que hacían reír a cualquier joven del norte, o de los países limítrofes. O hacían reír a sus propios hermanos coterráneos más inteligentes, más veraces. O podían hacer reír también a una señorita europea, australiana, u oriental de cualquier tipo de sofisticación, sentido de la seducción o ridiculez para exhibir. Bien, talvez también porque el argentino medio de fin de siglo XX, al menos el tipo de argentino con el que él convivía o se topaba por la calle era, según él, aún históricamente demasiado llorón, y las lágrimas en exceso son en cierto modo una de las manías de los muertos, de los fantasmas. De los atrapados en un cementerio gótico mental, rodeado de un muro intrasponible y una realidad externa inaceptable. Sí, era eso, y el dormir, el dormir. 

El sueño en exceso, otro amigo de la muerte. Esos nuevos “argies” atraían su mortecina curiosidad, aquella estúpida sensación de superioridad casi cruel debido a cierta inteligencia o educación orientada a la admiración por lo exagerado, lo tecnológico o lo facilista que tenían los más débiles de espíritu; a la vez que eran tan frágiles y sencillos de destruir con tácticas primarias de vampiro. Luego estaba ese escenario ruidoso de la maravillosa urbe, esa joya que era Buenos Aires parte de esa gema mayor que era Argentina, que le alegraba la vista, siempre que estuviese codo a codo con el caos, aliado al pandemonium. Compenetrado en curiosear la confusión de la educación moderna comprada en universidades plagadas de tecnócratas, cuántas veces se puso a meditar en las escaleras de la facultad de derecho a observar cómo manejaban a esos cerebros con tan pocos argumentos, y la historia se repetía en tantas otras universidades del planeta. Principalmente en la facultad de derecho. ¡Él, que había visto con sus propios ojos por mera curiosidad la preparación de un monge o leído manuscritos inaccesibles hoy sobre los secretos de las eremitas, allá en las montañas, de los Apeninos al Himalaya! ¡Qué futilidad, era todo ese mundo de quienes olvidaban hasta a sus propios poetas malditos! 

Esos arrogantes que preferían éxtasis pasajeros en recintos cerrados como los animales, frente a la inmutabilidad de la meditación profunda que tiene mil rostros y forja el alma más allá del fuego de la creación. Un animal era más preparado aún, hacía elecciones más coherentes que ese moderno hombre de hoy, que se cree tanto y tan poco consigue ser por sí mismo. Esos edificios antiguos, en algunas calles mal iluminadas de ciertos barrios descuidados. Los espectros en esas gárgolas del centro, y columnas, balcones sucios de tántos conventillos llenos de gente tocada más explícitamente por las garras de la muerte en sus innumeras formas impiedosas. Esas oficinas ignóbiles llenas de teléfonos, monitores, cables y secretarias que cuchichean. 

Y por tras de ellos, que bailan en un volcán, que inspiran piedad, están los cazadores de todo tipo. Los verdaderos demonios, los demonios internos. Los que los doblegan en serio, los demonios externos son figuritas de naipes, apenas sombras. Ese estado de devastación espiritual del hombre le embriagaba el corazón muerto. Ese olor a orina, papeles pegajosos y roña oscura del abandono urbano que se captaba en ciertos lugares. El olor a alcohol y tabaco barato entre uñas sucias, los murmullos en iglesias hace tiempo tomadas por los agentes del oscuro príncipe de las tinieblas, recitando el discurso adormecedor de ciertos evangelistas en micrófonos de sonoridad con distorsión. Los sueldos tristes de muchos hombres gastados en burdeles, bingos y loterías, o inversiones fracasadas. Tiranos de la suerte empujando muchedumbres a gastar y derrochar mientras unos pocos se benefician, jugando con los estertores de las pobres esperanzas. ¡No ven a los íncubos de Belial trabajando allí, tragándoles el tiempo como si cada minuto fuese un bizcochito! Tabaco excesivo que hace más grave el sonido de ciertas gargantas bajo esos trajes medio tangueros, almidonados, de ciertos arrabaleros avejentados abandonados a su suerte, metidos en sus testarudas ojeras, metidos en la propia soledad artificial sin descanso; la peor soledad constituida del egoísmo de sueños pasados soñados por ideales muertos, sueños ingenuos, vanos y sin forma. Fútiles fantasías de moralistas de cartón. Pero los tipos sanos eran más suculentos, según él. Solo que escaseaban, principalmente los sanos de mentalidad, de espíritu. 

Esos birretes de los oficiales de la ley entre patillas y bigotes de principio de siglo, en mentes casi de niños grandes, modas similares a la época de la conquista al desierto. Grûn-Hengue se encantaba de sólo verlos, reía y reía. Él, que se había vestido de buitre o rata para comer de los caídos en la Guerra del Paraguay. ¡Oh, Humaitá!, sangre mezclada con saliva, cadáveres pudriéndose al sol que luego traerían la peste de la fiebre amarilla por el río hasta la cuenca del Plata. Una de las últimas batallas fue librada por un ejército compuesto de niños, cuando ya ningún hombre restaba en el chaco paraguayo, batiéndose contra la elite del ejército brasilero, argentino e uruguayo, que no lo podían creer y les costaba abatirlos. Carabineros, baterías de combate y la caballería, atónitos, obligados a participar del espectáculo de la última degradación del alma humana, mancharse las manos con sangre de pequeños obstinados a defender a sus madres. 




Luego muchas personas de esas naciones frecuentemente se llenaban de orgullo afirmando que su historia fue siempre pacífica, cristiana, una hermandad de pueblos. Olvidaban esos episodios extremos, que abundaban por los siglos de la historia sudamericana. Pero las escaleras al infierno son profundas, Grûn-hengue sabía que todavía existían escalones más profundos de degradación que semejante ejemplo. Lo innombrable, como diría algún visionario. Ahora, casi todos, olvidaban fácilmente el sacrificio de lo que había de bueno en sus antepasados, dejándose llevar por mentes de telarañas y burocracia, sí, no había dudas: la misteriosa Buenos Aires, el lado oscuro de ella, era el refugio perfecto para un vampiro como él. Espectros diabólicos que hacían de todo para ocupar las mentes de los jóvenes más débiles. El mal humor era la idiosincracia adecuada, la puerta abierta. La disconformidad constante más superficial era otro farol verde para él, para los que atacan el alma a través del cuerpo. La impunidad general de los que manejaban mezquinos poderes sin que nadie pudiese actuar, esa corrupción burocrática y dependencia idiota de sus legisladores era otro gran triunfo del infierno sobre la tierra. Acomodados, con sonrisas de desdén patético, unos se usaban a otros, tangos mezclados confusamente en la mente del pueblo cansado con viejas asustadoras marchas militares, partidos políticos desgastados en su propio bolo alimenticio, y susurros de himnos pro-nazis murmurados por ojos vidriosos que se encantaban con la palabra “patria”. 

Todo eso que azotaba sin piedad a los corazones de los jóvenes, e inclinándolos hacia el fracaso espiritual, o hacia la huída empedernida. Todo tipo de huída. -¡Perfecto, perfección sublime! ¡Cómo triunfó Belcebú en este siglo, aquí se nota tanto!- pensaba Javier-Grûn-hengue. Nada mejor para un no-muerto, para un ser que vive de la destrucción del los vivos. ¡Qué más hermoso que el triunfo del odio y la envidia que se expandía en esa extraña ciudad ! Y no hablemos del interior, de la seca pampa adentro, el norte o el chaco o la Patagonia donde erraban ciertas almas obscuras, donde de mil traiciones entre hermanos tejieron su historia como una araña que teje su trampa a las moscas amantes de la vitalidad y el volar libres. Las moscas viven poco, y consumen energía de más, como estrellas que brillan de repente y luego se apagan. Así eran la mayoría, esos pobres argentinillos, llenos de ese orgullo que les aprieta la garganta en vano. Hasta le caían simpáticos el contemplarlos. A veces parecían tan malditos como el pueblo alemán del siglo XX, azotados por esa terrible maldición que aún no podían extirpar del todo en los jóvenes y nuevos corazones nórdicos. ¡Cómo sabía de eso Grûn-Hengue, perito en oscuridad, uno con ella! Había caminado por la destruída Berlín en la “Germania” del ‘45, había visto con sus propios ojos muertos el incendio del Reichstag mientras se alimentaba de la sangre de varios civiles acribillados por los salvajes soldados de la Wermatch por alta traición. Y los soviéticos, llenos de odio, vengándose del odio anterior de la Blitzkrieg que los había azotado años antes y prácticamente quemado vivas a sus familias. 


Quien tuviese cualquier insignia nazi era rápida y diligentemente ejecutado. Sangre congelada de sobra, y Grûn-hengue, disfrazado de soldado del ejército rojo era más rojo que cualquiera; así aprovechaba para ejercitar un poco de acento ruso, y aprender, leer historia, robar manuscritos. Y ni hablar del genocidio judío. Todas las naciones tenían esos estigmas obscuros, y algunas, pobrecitas, ¡Tan lenta y desmemoriadamente aprendían! ¡Qué momento el fin de la Segunda Guerra! ¡Y los turcos llamaron una vez de “terrible” a Vlad, el empalador! Ingenuos románticos con pensamientos de mosaico arabesco, no tenían noción de lo que sería el siglo XX. ¡No sabían nada de la muerte lenta en un Gulag soviético de los ´50, ni del pueblo tibetano pasado a degüello por la milicia China! ¡No tenían capacidad de imaginar las masacres del Aphartheid en Sowetto, las pilas de cuerpos en la Camboya del ‘79 .... o de la marea obscura que azotó al Gran Buenos Aires en los ’70 y a las provincias vecinas. No sabían nada de los torturadores entrenados en Panamá, que cavarían túneles y levantarían campos de reclusión en la ciudades más “civilizadas” de Sudamérica. El antiguo circo máximo con gladiadores bañados en muerte mientras el público pedía más muerte o clemencia, según sus caprichos o los de los césares, era casi ingenuo frente a esa brutalidad reptante bajo la adormecedora década de los setenta, ese triunvirato oscuro enfardado de esos demonios vivos de acento rioplatense. Al menos el circo máximo había existido a pleno sol. -Demonios vivos- decía Grûn-Hengue, -son peores que yo, desprecian la sangre, la derraman y no se asumen completamente como lo que en verdad decidieron ser, qué bizarros y confusos son! Demonios a medio hacer.- No sabían nada de la muerte esos hombrecitos de hoy, tampoco. Y los que sabían, preferían callar o hablaban en charadas. Era entendible, eran apenas hombres, de vida corta y fugaz. Ya había visitado Argentina anteriormente, en las guerras de la independencia, vestido de cabo realista, o disimulado años más tarde dentro de la bodega del Beagle comandado por el enigmático Fizt Roy. Anonadado entre tanta sangre que destilaba el gobierno del satánico Rosas. -¡Qué gente sangrienta, son maravillosamente desfachatados!-, se decía a sí mismo mientras aprendía del idioma de los gauchos. -Algún día volveré aquí.- 

No imaginaba que volvería para instalarse definitivamente más de un siglo después. Pocos escapan a esa implacabilidad eterna de la conciencia de la muerte y sus incontables formas, de la muerte o resurrección del lado espiritual, pocos y disciplinados hombres, hombres de profunda piedad. Hombres que saben morir. Quién sabe vivir, sabe morir. Los vampiros ni piensan en eso, se ríen de eso. Aunque como en Grûn-Hengue se estaba produciendo un cambio que él no podía aún entender, ese cambio se manifestaba de forma que él no se reía ya de eso como los chupasangre vulgares. Estaba comenzando a pensar más profundamente en su condición. Buenos Aires era grandiosa, perfecta en ese aspecto. Tal vez mejor que New York o Madrid, o mismo la Roma de hoy en día. A él le gustaban todas esas ciudades, se había especializado en una época en seguir los pasos de la “cossa nostra”, o los atentados políticos de Europa u Oriente Medio, pero ya estaba aburrido de todo eso. Eran patéticos y repetitivos. Su atención estaba en esa intrigante, impune y electrizante ciudad, de historia rara, nacida de una empalizada levantada por los apresados conquistadores y adelantados ávidos de poder, que vivían esquivando flechazos, rezando a esa nada que era la idea de su dios. Viviendo atrás de su ego inmediato que era otra nada, presos en esos dos frentes que era la pura nada. Y ahora esta modernidad mal encajada, esa mohosa democracia burocrática y senil, reverenciando al hipócrita fanatismo financiero del poderoso Uncle Sam. Completa en su egolatría, desnuda, toda psicológicamente confusa, aún sin rostro, sin alma, deshumana; era de esta manera, como perfecta. 

El rostro de la diosa indú Kali, color rojo. Le recordaba sus visitas a Oriente y lo que allí estudió. Esa sonrisa insultante de la diosa de la destrucción, la imperatriz obscura Kali, con sus ojos puestos también en Buenos Aires, representada en los rostros de los políticos demagógicos con empresarios detrás en la nueva América que se volteaban unos a otros por el poder del trono manchado en una casa color de rosa. La América del norte, la del centro y la del sur no estaban muy diferentes en lo que va de calamidades, pero claro. Daba lo mismo, visto con profundidad. Cuestiones complejas para los hombres comunes, pero simples para un no-muerto bebedor de sangre de más de tres siglos de vida no-vida. Grûn-hengue sabía apreciar sus lugares predilectos, y el estilo rioplatense moderno prendía su atención a niveles inconscientes. Ahora, conscientes. Ni pensar hoy en esos Jardines hermosos cerca del Planetário, o los bosques cerca de la Plata, para niños que jugaban al “fóbal”, ¡Noooo! Allí había demasiada vida. Javier prefería esos ombúes llenos de ratas en la plaza Congreso, especialmente uno del lado de Hipólito Yrigoyen. 

El desorden perfecto, como las descripciones del Nosferatu de aquel poeta cinematográfico llamado Herzog. Mucho más profundo cuando esas ratas visten traje y corbata, usan celulares, o andan en coches importados, conectados a todo tipo de íncubos que sólo aquellos hombres realmente vivos, de profundidad, percibían y tenían que soportar respirando sin hacer ruido, en el árduo e inconexo aveces forjar de ese espíritu, como se templa una espada antigua de raro metal, a martillazos de herrero experimentado. Grûn-henge temía una sóla cosa: A veces, había alguno de esos portadores de espada y piedad al mismo tiempo, y si podía huía de ellos, como le ocurrió treinta años atrás, después de salir de ver en persona una declaración de un artista perseguido por el régimen del senador McCarthy, en Usa, allá en el hormigueante norte. Estaba contento, había conseguido una entrada para ver algo mucho más sutil que el terrible Circo Romano. Otro tipo de destrucción. Pero la fiesta se le terminó rápido y se cagó en los pantalones. Grûn-hengue enfocó repentinamente a un hombre, que lo había visto a él primero y mantenía fija la mirada desde un extremo de la sala, y en seguida supo que no se trataba de un hombre común de la calle. Salió de la sesión torturante mientras estaba un famoso escritor siendo obligado a acusarse a sí mismo. Entre la gente, vio la espada blanca muy cerca de él, buscándo para atravesarle el corazón. Escapó milagrosamente, y conoció el miedo de la destrucción de su condición. Ese hombre lo había visto, la propia mirada de ese cazador de vampiros o lo que fuese lo aterrorizó, ya que era demasiado sabio, demasiado eficaz para ser sólo un hombre. 

Quién sabe ese hombre no había sido antes un ángel caído arrepentido, uno de los seres más poderosos y bellos de la tierra, de forma humana, capaz de ayudar a humanidad y redimirla si el mundo le prestase digna atención. Si el mundillo simplón y superficial no estuviese tan enredado, ocupado... apenas con la superficie de las cosas. Era algo así como ver a San Jorge en su corcel apuntándolo con la lanza matadora de dragones, listo para cabalgarle encima, atravesándolo y arrollándolo a la vez. Fue así que no volvió más a norteamérica, y se refugió en México, después Brasil, Chile y Paraguay, llegando otra vez a la Argentina. En Cuba, que lo atraía por el conocimiento antiguo de obscura brujería africana que allí dominaban, le fue imposible refugiarse; algo brillante que ofuscaba su visión vampiresca lo hizo desviarse repentinamente. Hombres de poder humano se preparaban para algo más allá de lo político, se preparaban a hacer algo contra el mismo poder corrupto. Ayudados por un ejército casi celestial y a despecho de las argucias de los más terribles agentes obscuros del resto de América; aunque ese raro brillo no durase más que poco tiempo era imposible entrar a esa isla en aquella época. Restaba Sudamérica. 

La facilista, impune y bostezante Sudamérica. Atravesó varios países. Con el tiempo cruzó la frontera del Río Paraná una vez más hacia Argentina, mientras era encubierto por algunos amigos en el área llamada irónicamente del 4º Reich, por aquellos que vieron llegar a las águilas derrotadas con pasaportes falsos, y preferían callar porque no había chance alguna de hablar, o bien porque eran simpatizantes y también lucraron con ellos. Así se recuperó de su terror mortal, escondiéndose en la mítica selva misionera, salvaje, libre y sanguinário. Reptó por innumerables parajes en forma de un giganesco ser similar a un Wendigo, la mayoría de las veces sin forma. Los indios lugareños eran los únicos sobre aviso, y sabían escapársele, aunque los lentos ciudadanos vecinos caían como venados. Flotó río abajo durante días hasta un lugar llamado el Tigre, y se llenó los inexistentes pulmones de olor a eucalipto. Marchó libre hasta encontrar alimento en algunas villas misérias, aunque rápido se escabulló cuando encontró vários hombres de poder que lo vieron y le armaron un cerco. Tomó sus posesiones más tarde en la ciudad y ayudado por sus protectores se estableció económicamente. Ensombrecidos por la fantasmagoría de esas cúpulas Porteñas, otrora hermosas, ahora en su mayoría abandonadas y atroces, hechas en su mayoría por antiguos arquitectos italianos, pendía el último aliento de los pobres seres simplórios de esa sociedad asustadiza, torturados espirituales que estaban rodeados de muchos espíritus malignos. Podían verse los nombres de esos arquitectos, en inscripciones conmemorativas talladas en cada base: 1909, 1899. Decenas de ellos. Ahora Javier aveces veía alguno de esos, que caminaba sin cuerpo; triste, entre la gente, llorisqueando frente a su obra que caía junto con el tiempo. –Ese parece argentino, se entretiene llorando.- pensó risueñamente. Una vez vio el fantasma de otro supuesto arquitecto, o quien sabe un frecuentador de ese paraje en vida; sonreír y despedirse, un espectro valiente u orgulloso de una cierta forma que no se permitía melancólicos sentimientos. Percibió que estaba cerca de la desintegración, para fundirse a las cosas por propia voluntad y renunciando así a esa permanencia plasmática-espectral. 

Se escondió para no ser tocado o focalizado por él, los espectros benignos pueden anular, o robarles mucho poder a los considerados malignos, pero nada ocurrió. Lo cierto es que en ese mundo paralelo malignidad o bondad no son parámetros usuales, o ’computables’. Todo es regido apenas por el poder. Grûn-Hengue había juntado un poder que lo sobreponía en jerarquía por encima del más poderoso espectro o entidad plasmática benigna visible en todo Buenos Aires. Al menos eso era verdad casi completamente. Aveces pasaban esos poderosos caza-espectros, hombre vivos de gran poder que se oponía al suyo, pero venían en grupo a la nación Rioplatense ya que era considerada peligrosísima. Su última lucha de ese tipo databa de los años cuarenta durante la guerra en Europa. Se había refugiado en un prostíbulo -mordiendo algunas de sus trabajadoras- en un pueblo de italia del que ni se acordaba el nombre. Supo que el ejército de liberación capturara a Musollini, y se interesó por poder conocerlo secretamente, pero cuando llegó vestido de partisano al lugar donde estaba el agitado pueblo que le tenía al “Duce” un poco digamos de bronca, era tarde. Los cuerpos exámines de él y su mujer se balanceaban en plaza pública exhibidos como puercos en carnicería. Grûn-hengue se volvió y vio a esa muchedumbre de ojos cansados que gritaba todo tipo de insultos y festejaba la reciente ejecución. Marchó por las calles observando algún recuerdo del imperio romano que siempre hay en Italia. Tres siluetas lo seguían furtivamente y en un callejón lo acorralaron de repente. 

Cuando se sintió cazado, él mostró los colmillos. Uno lo atravesó con una daga muy afilada pero no acertó el corazón, el segundo lo alcanzó en un brazo con un tridente, mientras el tercero se le venía encima com intenciones claras de decapitarlo inmediatamente. Pero Grûn tomó el tridente y lo partió en dos, se sacó la daga mientras el golpe del hacha ya era desviado por su potente brazo. Así comenzó el fin de esos tres caza-vampiros. Cuando comenzó a matar al tercero, vio que era una mujer y le preguntó quienes eran, cual la organización. Ella murió sin decirlo, pero estaba claro que se trataba de un grupo que exterminaba vampiros y él había sido seguido por un tiempo. Una vez destruidos, retornó como pudo a su hospedaje en el burdel y comenzó a planear su salida de Europa. Ya había contagiado sólo allí definitivamente a mas de diez prostitutas que ahora eran oscuras entregadoras de su cuerpo por remuneración y algo más: el estigma rojo de la sed eterna. Así marchó al norte y fue testigo de más atrocidades de las que él tenía tiempo de cometer. El ser humano era su propia amenaza, era increible verlo actuar, no importaba el tiempo, la época. Pensó que había visto todo en la campaña de Italia, en Berlín o Varsovia, China o Guadalcanal. De repente aparece ese hongo, las personas se volatirizan y dejan su sombra estampada en la calle. 

Gente con el rostro derretido, sin piel, corriendo hacia el río en búsqueda de agua, rieles de tren y puentes enteros retorcidos, manzanas enteras transformadas en un páramo. La historia de la carrera humana demostraba que el ser humano no necesitaba depredadores, tal vez por eso hasta se había cansado de perseguir vampiros. Hacía tiempo entonces que ninguna amenaza verdadera aparecía ya, fuera el episodio en Estados Unidos unos años más tarde, Grûn-hengue no tenía cerca suyo ninguna gran amenaza a no ser él mismo. -II- “Estamos todos locos, todos completamente fuera de sí en la búsqueda de Dios...” Anthony Hopkins como Van Helsing - ‘Drácula de Bram Stocker’. 

Con el tiempo, el estudio y la contemplación profunda, detallada; había completado una instrucción especial hacia lo sutilmente negro del espíritu que lo coronaban como un magnífico, hasta para uno de su estirpe tradicional de los Cárpatos o Egipto, entrenados para vivir bajo condiciones perturbadoras hasta para un vampiro común recién-nacido. Había un hombre en México que, si se lo podía a esa altura llamar de ser humano, -que no siendo vampiro-, era amigo de Javier y lo había ayudado mucho cuando huyó velozmente de Usa. Había sido antiguamente un brujo tolteca de nagual y tonal superentrenados, hasta que se entregó totalmente y se transformó en un horrendo desafiante de la muerte. Le había mandado libros extraños, y lo visitó dos veces en forma de rico empresário de la Ciudad de México, pero ya hacía tiempo no entraban en contacto desde que éste se enterró de nuevo en Sonora por los próximos dos siglos venideros. Tenía una disciplina perfecta, y estaba protegido por setenta aliados del mundo inorgánico. Su ominosa ambición no conocía límites y era respetado por Grûn-hengue. 

Extrañaba esa sutil malignidad, de ese valiente aferrarse a la vida por cualquier medio, usando los conocimientos de la brujería clásica a su favor, inspiraba una piedad que lo intrigaban. Esas cosas, el testificarlas, lo estaba empezando a perturbar. Tal vez se daba cuenta de un nuevo ángulo del camino que estaba recorriendo. Por suerte nadie creía ya en las novelas de no-muertos. Venía aproximándose el nuevo hombre esquizoide del siglo XXI, demasiado ocupado en las nuevas asnerías de su egolatría, entretenido entre sus prejuicios y superficiales habilidades de infante. Tal vez hubiese esperanza en las mujeres, de algo mejor en todo sentido, pero estaban por ahora extrañamente esclavizadas, sin la gracia del pasado, condicionadas en su próprio mundo prefabricado para igualar al hombre en esa resistenia física que lo caracterizaba, y estaban mayoritáriamente perdidas en una identidad falsa. Esas bellas mujeres porteñas lo mantenían sedado, claro. Además el tipo de mujer que él conocía siempre era de lo más vulgar y descerebrada para percatarse de ciertas cosas, esas ciertas cosas que inspiraron a gritar a ese mártir del “rock” hasta reventar. Javier-Grûn-Henge aveces descuartizaba alguna, buscando a ver dónde recuernos estaban las funciones cerebrales, a otras las perdonaba porque le inspiraban demasiada piedad debido a la bondad ingenua y digamos hermosa que emanaban, a pesar de ser de edad adulta. Estaba por ejemplo esa muchacha llamada Adriana, que era viciada en una voluptuosa sexualidad, y todas las drogas que pudiese tomar. 

Su cuerpecito de veinteañera todavía era poderoso y aún le daba coraje de encarar esos hábitos en una pendiente ascendente. Javier aveces la miraba con compasión, y la mordió pocas veces sin contagiarla, por piedad. Tampoco la desangró en una noche como hizo con esa estudiante de abogacía que se prostituía para pagarse la facultad. Ella odiaba a su própia família que se deslomaba enfrentando todo tipo de privaciones, ignorando que tenía una hija demencialmente entregada a la más rastrera decadencia moral. Adriana era algo buena en el fondo, lo que la hacía más poderosa, era haber sido piadosa en el pasado. Hacía esas cosas para huir de su estúpida mente, que en el caso de ella no era totalmente malvada, pero había otras chicas que eran personas realmente crueles como Laura Pellinto. Ella corrompía otros y había que seguirla en sus ruedas de alcohol y cocaína, y escuchar las charlas enfermas que su mente concebía, siempre con esa mirada semioculta de desdén hacia todo. Chantajeaba con todo y a todos. Javier percibía esa característica y realmente cuando la mordió por primera vez realmente deseó su muerte, y la imaginó condenada para siempre en una pintura de Hieronymus Bosch sobre el infierno. También la perdonó y ningún daño le hizo, la quería también como persona. Él sabía tener amigos ahora, en el terror por la soledad. 

Y la aprovecharía como carnada, para atrer otras personas. Un día, Grûn Henge le dijo : --¿Decime, no tenés cargo de conciencia cuando rebajás y despreciás esas pendejas como esa debiloide de Romina, mintinédole y vendiéndole cocaína luego la invitás a tener un extraño sexo contigo, teniéndola a tu lado prácticamente como un objeto decorativo?-- --Que se joda, es una boludita. Me da no se qué tratarla demasiado bien, creo que merece que la trate como ella quiere, que tenga lo que en el fondo busca...(hace un gesto de gatita que disfruta despreciando algo o alguien), y luego dice: --¡Aaah! Me acordé : tengo dos entradas para ir a ver a Beto que toca el viernes en el Roxy, ¿Vamos?- --¿Beto Peláez? ¿Ese bufón mediócre, que finge que es un profundo poeta? Prefiero a Jim Morrison muerto, esta aún más vivo. Esos tecnócratas de la poesía famélicos y pseudo-depresivos debían ser alimento de buitres. Sólo entretienen a una turba de jóvenes payasescos y algunos pocos honestos buenoides que apenas caen en sus armadillas.- --Aaaaay que malo que sos. Beto me en-can-ta — graznó Laura Pellinto. --Cuanto más bufón el artista, más confusos sus admiradores. Gracias, igual, prefiero Baudelaire- (y pensó : tambien Artaud, Tchéjov o Lord Byron) --¡Aveces tenés una mala ooonda!- (Mientras decía eso pensaba : “onda” , que palabra tan estúpida esa, ¿No podía cambiar esa forma de hablar al menos? a Morrison por ejemplo yo jamás lo hubiera mordido o atacado, un espíritu tan noble que ya pertenecía enteramente a la noche a su modo, sin ser un vampiro y sin ser un cazador de vampiros. ¡Qué alma rara, que joya extraña! Y esta mujer parece un trapo de piso...) 


Laura se fue con esa forma de caminar que tenía algo así como un toque de dama, mezclada con las pezuñas de experta prostituta de rápida capacidad de ascención, y conocimiento de terreno local. Pero que jugaría mal como visitante. Javier la observaba y lejos estaba siquiera de llegarle a los talones en sabiduría sexual y crueldad a las demoníacas concubinas del Rey Tmhök, en el reino intermédio de Ürsgå. Apenas ella se fué, Grûn-Hengue tomó el téléfono haciendo una llamada a Corrientes, nadie contestó. Se preguntó si al fin no era mejor morir. Ser inmortal entre mortales era difícil. Y para empeorar las cosas : esos pobrecitos seres a su alrededor, esos humanos de pacotilla, eran de la calidad más baja que se podría ofrecer. Muchos eran más dignos, ¿Dónde estaban? Los buenos comenzaban a ser más interesantes. ¿Sólo através de vivencias de los dramas trágicos ya monótonos de esos junkies pasados usadores de drogas sintéticas era que aprendería algo, o de esos seminaturistas postrados mentales que soñaban con ascender en el trabajo serruchándole el piso a sus compañeros? Ni siquiera apreciaban lo que tenían a mano, para el bien de su futura prole. ¿Cómo era posible que les daba lo mismo existir que no existir? ¿Debería cambiar de ambiente, irse a una estancia llena de pesados arrogantes haciendo equitación? 

El ambiente campestre era demasiado sano. Todo estaba perdiendo sentido, esa ciudad parecía más malévola debido a la ignorancia de ciertas personas que deberían saber lo que hacían. En realidad, él lo sabía, no era maldad planeada. Era así, espontáneo como una improvisación. ¡Unas decoraciones tan bonitas, artistas por doquier, y un pueblo tan despojado de gracia hasta en lo autodestructivo, siniestro contraste! Pensó en los Cárpatos, esa gente medrosa y pueblerina que dejaba, todavía hoy por tradición, ajo en las puertas de sus casas. Pero había algo más: estaba cuestinando su modo de vida, algo se rajaba dentro suyo. Algo espiritual, dentro de su malignidad espiritual amenazada. Intentó de nuevo su llamada a Corrientes, y al fin una voz hueca lo atendió. 

Reconoció enseguida a uno de su estirpe: -¿Si? ¿Quien habla?- -Varevenêda, hobjla Yûjss erde cristàval elgåkrin-exclamó una voz gangosa y hueca. -¡Vareveneda eilae Nevigna Korêr!- -¡Entonces has vuelto de viaje! ¿Cómo te sientes en B.A?- -Hoy pésimo, los pocos colaboradores que tengo son apenas frustrados “junkies” y sus falsos amigos fracasados-. -Tengo noticias buenas, un barco llegó ayer al puerto, en un conteiner retenido por migraciones, hay algo que te interesará. Gente nuestra en la aduana le va a liberar la papelada, dejándolo en un lugar específico para retirarlo. Tu llamada es muy oportuna.- -¿De qué se trata?- -Demasiado para hablar por teléfono. Espérame llegar mañana en el vuelo de la tarde. Arreglo todo contigo tomando un café y me vuelvo, Ok?- -¡Dortîtskâ!- -¡Kremfraelde, hengue!- Lo que Nevigna no tenía condiciones de imaginar era la magnitud del cambio mental y espiritual que su amigo estaba viviendo. Se encontraron en el cafetín esquina con la avenida Córdoba bien cerca de Harrod’s, que estaba cerrado hacía mucho tiempo y sus vidrieras cubiertas de polvo. En el cafetín las prostitutas con celulares los miraban creyendo que eran las absolutas dueñas de la situación y las únicas que manejaban los hilos de la realidad sexual de esa decadente sociedad. Grûn-hengue miró a una de ellas, bien jovencita; directo a los ojos. Ella tuvo que bajar la mirada y la sonrisa maliciosa se le desdibujó sin saber porqué. Ya no se sentía la dueña del caro cafetín lleno de oficinistas apurados. Había otra presencia perturbadora e innominada. Se hizo la distraída, como todo pobrecito de las calles que intuye algo pero su limitada proyección mental le impide registrar correctamente las cosas. Nevigna se sonrió mientras terminaba de dejarle a su amigo las ominosas instrucciones. -III-
“Sabía que tenía que encontrar por lo menos tres tumbas habitadas; después de mucho buscar, descubrí una de ellas. Su dueña dormía un sueño de vampiro, tan llena de vida y belleza sensual que juzgué cometer un crimen. Sin duda estaba fascinado, ya que me sentí tocado frente a la presencia de aquella que yacía en una tumba corroída por el tiempo y repleta de polvo de siglos, aunque presentase aquel horrible odor común a las cuevas del Conde. Sí, yo, Van Helsing, a pesar de toda mi firmeza y odio motivado, me sentí tocado por un deseo de retardar aquella acción; deseo ese que me parecía paralizar y comprometer a mi propia alma...” Bram Stoker – ‘Drácula’ Por la noche, Grûn-hengue se escabulló como podía hasta un local previamente arreglado cerca de La Boca luego de despedirse de su amigo Nevigna. Con los datos que tenía, era sólo acercarse al conteiner 945632154 /HSG, abrirlo como sea y ayudar a andar a lo que había adentro. 

Estando frente a la gigantesca caja. Repitió el conjuro dicho por su amigo y con una fuerza sobrehumana dobló las palancas, arrancó candados y así abrió la puerta. Un olor asqueroso salió hacia afuera, como de algo muy rancio. Para él era una excelente señal. Unas diez personas yacían apiladas unas encima de las otras, todos vestidos con algo que se asemejaba a un uniforme gastado. Medio metidos en tierra, que olía a corrupción. El conteiner cargaba una fosa común de Bósnia. Esas personas civiles o soldados Servios eran vampiros ‘convertidos’, importados por la ‘asociación’. Quién sabe desde cuándo estaban estocados para encontrar destino. Recién nacidos al mundo de las sombras. Pronunció la invocación: -¡Nekrøgraebÿ!, ¡Uthoth-nihûel lavakstra!- Los cadáveres se levantaron y enseguida comenzaron a pelearse entre ellos, pero Grûn-hengue los detuvo. Se anunció como su guía y que no les faltaría alimento, si lo seguían. Saltaron afuera, y los no-muertos en estado horrible se dibujaron bajo la neblina. Así, escabulléndose en una “chata”, por la ruta lograron alcanzar la casa abandonada que Grûn-hengue tenía en las afueras. Por el camino, encontraron una estudiante regordeta y luego un sereno, los secuestraron y apenas se instalaron, los terminaron dejando sólo algunos huesos. Grûn-hengue tuvo que hallar un escondite momentáneo y no quiso ver, era absolutamente contra ese tipo de matanzas. 

Nada podía hacer, ya que el Concilio del Sello Rojo los había enviado. Ese concilio cuidaba de intereses de Vampiros mundialmente, manejando importantes sumas, con emisários por todos lados -y servidores hasta en el Vaticano-, cuentas en Suiza, acciones en las bolsa de todo el mundo. A Grûn-hengue el Concilio no le caía nada simpático, eran brutalmente ominosos y se aprovechavan de cualquier ‘ingenuidad’ de los vivos para ganar mayor poder, con métodos que él ya había dejado de usar hacía mucho. --¿Para qué me servirá ahora esta legión de idiotas de las tinieblas?- Pensaba Grûn-hengue, y llamó otra vez a su amigo en Corrientes : --¿Nevigna? ¿Qué hago con estos freacks de las tinieblas?— --Ya me avisará Fhorlbâk- --Es un abusador de su poder. Me da escalofríos tenerlo de nuestro lado. Parece que un día va a estropearlo todo- --Si, a mí tampoco me gusta pero debemos obedecer, o nos quitan luego protección.- --¿Protección? Me las arreglo bien solo hace mucho, y nunca me preguntan cómo estoy, si sufro o no. Para ellos la vida inmortal es un don exclusivo de seres superiores para reírse de todo el resto de la existencia. Pero no saben de su parte horrible y abominable, porque no quieren admitirlo. Tú sabes a lo que me refiero.- --Si, es verdad. (admitió Nevigna luego de una pausa, con una voz de reflección) Está bien, trataré de buscar a alguien con cabeza para que te ayude en esto; disculpa, en realidad es culpa mía.- --No, tu has hecho lo que debías, olvídalo de tu parte, estamos en paz. ¡Gorka eble plågsz!— --¡Gorka eble plagsz!- Se escuchó del otro lado del teléfono. Luego sólo se oyó el tono de la línea luego de cortar. Si el FBI estuviese escuchando la conversación acabarían creyendo que participaban de una gran broma. En verdad eso era serio, además de una peligrosa sociedad secreta ¿Pero quién sospecharía que realmente eran vampiros? Los cerebros estrechos del FBI no sabrían qué pensar. Pero era el teléfono de un Buenos Aires donde el servicio secreto tenía pocos trabajos que no fuesen ridículos. Y nadie oyó a los vampiros reales de la noche, de un mundo abandonado a su própia suerte. Antes de seguir con esta peculiar história, sería talvez interesante dar algunos detalles más sobre la vida moderna de estas extrañas e huidizas criaturas. Los vampiros experimentados preferían actuar en parajes o digamos países donde el abandono moral, económico, cultural y espiritual les pudieran proveer víctimas fáciles. El mundo no estaba en mejores condiciones para esto en los últimos tiempos. La ciudad de Buenos Aires era excelente, pero no ya tán fácil como otrora. Venían nuevas almas, nuevos perfiles, nuevas firmezas. Algo como Nueva York, donde los tecnicismos sí los ayudaban en vários aspectos, pero donde había crecido tanto el ‘vanhelsinguismo’o los destruidores de vampiros, que la cosa era complicada. 

Era una ciudad peligrosa hasta para un vampiro. Se hablaba de bandas de jóvenes dedicadas a combatirlos y de héroes solitários blandiendo hachas que no les tenían miedo ni a un bando de espectros. El siglo veinte moría como un moribundo en un hospital, silencioso ante la muerte. Y los jóvenes, aquellos jóvenes nuevos, sabían esperar mejor que los antiguos. Sangre nueva que ayudaba a renovar a la sangre vieja. Algo espiritual, invisible y quién sabe más poderoso que los no-muertos. Grûn Hengue estaba empezando a expandir finalmente su consciencia. Había comenzado a intentar alimentarse de comida normal. Así fué que percibió que su mente estaba cambiando, y que el resto, si continuaba así, a cambiar, sería realmente dramático. Podría enfermar en una terrible regresión, pero decidió que sería él mismo, la orden de los vampiros era un consejo de achacados que sólo se interesaban en ellos, y entonces de ahora en adelante se las arreglaría por sí mismo en todo sentido. Había gente también demasiado despierta. Principalmente el hecho de él ser lo que era, no le importaba en lo más minimo, carecía de sentido. 

Al fin y al cabo, para él, con o sin odio, de una forma u otra, todos estaban muertos a su alrededor. Y él hacía tiempo que no existía. Debía existir de algún modo de una maldita vez. Como primera acción “conmemorativa”, se encargaría de esos pobres diablos Servios. ¿Qué ocurre en la tierra de mis antepasados, siempre están en la misma? Pensaba en las irracionales matanzas religiosas balcánicas, mientras con las tenazas gigantes cortaba la cadena, y los grandes candados se fueron al suelo en un sonido sordo. Se subió a la camioneta, tomó un hacha y una escopeta calibre doce. En el fondo tenía poco tiempo, estaba llegando la noche y debía agarrarlos dormidos. Al llegar al caserón-depósito abandonado en un paraje de Don Torcuato que desde lejos ya era sombrío, notó un problema apenas intentó bajar de la camioneta: apareció un perro enorme, negro y que le gruñía de forma monstruosa, anormal. Se acordó del tema de los Led Zeppelin, esa guitarra imposible junto a la cascada de tambores y platillos que caía como una pila de ladrillos. ¿Habría algún casero por aquí, esos colaboradores enviados por la orden? Imposible. El Correntino le habría avisado antes de ese tipo de cosa. Puteó en rumano, y colocó el hermoso facón de plata labrado por él en el cinturón. El perro era un guardián de la noche, ya no era una bestia común aunque aún podía andar de día. ¿De dónde vendría, quién lo controlaba? Las balas ya no servirían de mucho. Apuntó desde la camioneta a la cabeza grande y no le hizo caso a los ojos rojos que buscaban los suyos. Disparó en medio del cráneo, abriendo un agujero no tán grande para el calibre que estaba usando. Resistente era esa maldita cosa. Suelen tener necrocélulas cuadruples que se renuevan a una velocidad que enloquecerían cualquier investigación de laboratório moderno. Se bajó rápido, y en segundos lo atravesó en el corazón antes que se levantase otra vez; luego lo decapitó. El sol caía, como adormecido. Sacó las estacas y no demoró en atravesarlos a todos los servios. Terminó rápido, las cadenas rodearon el caserón, en minutos preparó la gasolina e inició un fuego que incendió por completo la casucha miserable. Todavía temiendo por los bomberos o algún vecino, esperó por las dudas una ‘posible salida’ de algún bicho de los balcanes. Pero todo se asó en silencio. Así acabó el trabajo digno de “Harry el sucio”. 

Los servios no parecían tan resistentes como vampiros. Eran ‘novatos’, concluyó, ni siquiera habían tenido tiempo de aprender a reforzarse; o caminar a la luz del sol como él. No se quedó contemplando la casa quemándose, colocó ordenadamente las cosas atrás y salió rápido por la carretera vecina, luego le pareció oir a lo lejos un sonido de sirenas. Así se volvió a la capital, tomó un buen baño y ya en el largo sofá del living meditó su condición, el cambio mental y espiritual que se producía irreversiblemente en su persona. Tenía mucho que meditar: deseaba ser finalmente un hombre o parecérsele al máximo, ni morir como sólo un vampiro, aunque durase apenas por instantes y fuera una muerte en cierta manera honrada; digna. La imagen de la pira de fuego estaba aún grabada en su retina. Se preguntó entonces si Nevigna, el vampiro Correntino de doscientos veinte años, lo acompañaría espiritualmente en su raciocínio nuevo, en esa nueva forma de encarar su destino. No lo creyó posible. Se acordó de la húngara Varga Jugladz, una antigua novia vampiresca con la que ya había llegado a conversar esa posibilidad, en una charla. 

Ella se había vuelto a su tierra natal, aunque se mudó a Holanda después. Era una hembra vampiro ya inmensamente rica que trabajaba como fachada y entreteniento personal en la industria del sexo dentro de un cuerpo joven y esbelto en la producción de diversos tipos de artículos salvajemente eróticos; películas y cosas por el estilo tan buscadas compulsivamente por la sociedad moderna. Había tenido que irse de la Argentina debido a una serie de peligrosas equivocaciones que cometió, que la pondrían en arriesgada evidencia. Ahora él reflexionaba ese pasado. Volvió al departamento y se preparó para dormir, de esta vez en la cama de huéspedes. Juntó todos los objetos de muerte que tenía, llenando un grán arcón de innúmeras estupideces para tirarlos y olvidarlos de una vez. 

Estaba decidido a ver el amanecer del día que seguía, la ominosidad no le gustaba más, de ahora en adelante, desayunaría como todo el mundo y comería comida de seres vivos todos los días, decidido a morir tranquilo como el hombre que alguna vez había sido. Sonó el teléfono. Era el justo Nevigna. No saludó a la manera clásica, su voz sonaba nerviosa, ocultando bastante mal su inquietación. --Grûn, ¿Qué ocurrió con la cría nueva de los Balcanes?- --Lo de siempre, cuando no consideran su situación, el cielito se les desploma. Ahora ya no sirven ni para pomada de zapatos.- --Pero...por eso yo tenía presentimientos... ¡Garstræ ! ¿Qué ocurrió y por qué no me avisaste?- --Mucho para conversar en un teléfono....De ahora en adelante estoy aquí por milagro, en esta vidita. Tratá de no llamarme más, supongo que podrías entenderlo. Al final, no sos nigún idiota. Informales cualquier cosa, que hubo una emboscada, que fuí desintegrado. Estoy decidido a envejecer. Cuidado, si se enteran de alguna forma de mi nueva decisión, corres peligro tú también. ¿Te puedo dar un consejo de amigo? Olvídate de una vez de ese Fhorlbâk.- Grûn-hengue colgó el teléfono, con un “adiós y calma”. No tenía nada más que decir, a nadie, sobre esos asuntitos de poca monta. Tal vez los de la cúpula enviarían un matador, pero esa era una costumbre que hacía cien años había caído en desuso. Pensó en irse de viaje, pero mucho eso no le interesaba. Estuvo leyendo Nietzshe por un largo rato en que el tiempo parecía detenerse, hasta que encontró esa frase que le daría cierto tipo de ánimo de mortal. 

Afuera ya no se oían los colectivos. El tiempo comenzaba a fluir para él igual que ocurría con todo el mundo. Se observó la piel, estaba con ese terciopelo que ya había visto tánto en otros, un color rosado normal, de persona. Estaba listo para morir, tal vez el abrazo de ella llegaría esa misma noche. Pero nada especial parecía anunciarlo. Recordó de nuevo el rostro de Favalli cuando se juega la última carta en la batalla psicológica del túnel del subte contra el “Mano”, en la obra del maestro Oesterheld. “Mimnio...athesa...eioioio...” Evocó también aquél semi-arcángel que lo había “visto” años atrás en la corte de aquella extraña sesión del comité contra actividades antiamericanas, del que escapó por milagro hacía tántos vertiginosos años atrás, que lo había enfocado como sólo un tigre enfoca un objetivo. Hoy tenía tánto que decirle si tuviera chances de encontrárselo otra vez, y tánta ausencia de miedo sentía por esa escasa clase de personas. 

Recordó aquella época que anunciaba el ocaso de muchas cosas, el rostro del escritor Dashiel Hammett, que encaraba al comité de actividades antiamericanas con esa soledad absoluta venida del fondo del alma, con una mirada que casi sin esperanza atravesaba todas y cada una de las cosas. Esos jueces paranoicos y esquizoides representaban la corrupción y la putrefacción de un sistema de vida que expresaba su categórico final. ¿Vendría la muerte con la luz del sol, o apenas lo que había de vampiro en él moriría? Era sólo cuestión de esperar. Él no tenía ganas de desintegrarse, ni odiaba la vida, eso era ya un cierto comienzo. Nietzshe dijo: El arte es más poderosa que el conocimiento, pues es ella que quiere la vida, el conocimiento alcanza, como última meta, el autoaniquilamiento.


Vincent Van Gogh

 Vincent Van Gogh

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Antonin Artaud.
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domingo, 5 de marzo de 2023

Comenzamos un nuevo comienzo

Después de 800 mil millones de opciones posibles de comunicarnos entre bits, baits, vuelos y teléfonos, decidimos poner las cosas que no queremos olvidar y las ideas que se nos ocrren aqu[i en este pequeño receptáculo legible de la internet.

Súfranlo por su particular y propia voluntad.

Voluntad inextinguible.

LA FRACTURA (cuento)

- I - “Gracias, Señor Por la luz blanca y ciega Una ciudad surge del mar Yo tenía un lacerante dolor de cabeza del cual está hecho el fu...